Brisa
terminó por fin su manuscrito. Había invertido bastante tiempo, pero el
esfuerzo mereció la pena; ilusionada, vio llegada la hora de publicar su libro,
de presentarse como escritora. Brisa, a quien conocemos de algún relato
anterior, tenía afición desmedida a los libros, afición que hacía notar todo el
rato a su cohorte de admiradores; para que no dudaran de su amor a las letras.
Brisa, Era mujer joven, sencilla, de muy
buenas hechuras, de belleza casi alarmante y de alta formación; feminista,
progresista, izquierdista y algunos istas más.
Según convenga, claro. De simpatía natural, estaba dotada de una sonrisa y risa
que le iluminaba la cara y fascinaba a todo dios. Por supuesto que la obra en
que Brisa había puesto tanta ilusión, esta cohorte de
admiradores, que la adulaban en exceso, la animaron a publicarla; adelante,
Brisa, cualquier editorial, y más si es de prestigio, editará tu libro y serás
famosa. Es una obra tan perfecta que no parece real.
Brisa comprobó, de primera mano, que las
editoriales no suelen hacer mucho caso del aluvión de borradores que reciben
diariamente. Y más si son de autores desconocidos. De
acuerdo, señora, miraremos su original y le contestaremos. Pero
después de peregrinar por
una docena de editores con el borrador de su obra, ninguno le contestó. Por
fin, por medio de ciertas influencias, un editor se dignó en repasar su obra. El
editor sopesó que esas ciertas
influencias eran de un
político de peso. Decidió atenderle; por si acaso.
—Bien, ¿cuánto tiempo dice que le ha llevado
a usted escribir la obra?
—Casi cinco años, que se dice pronto.
— ¡Hombre! Pues el promedio que arroja no es
para tirar cohetes, no…, cinco años para escribir sesenta páginas y en letra
grande, digamos que no es ninguna proeza. Precisamente.
El comentario le sonó a Brisa como un
escopetazo de sal. Y más, dicho por el editor jefe, un hombrecillo de corta
talla, casi calvo, nariz enorme y gesto avinagrado. Brisa, acostumbrada a que
todos le bailaran el agua, con el editor topó con hueso. Se conoce que el
hombrecillo era objetivo y no se dejó fascinar por la sonrisa y risa de la
escritora. Qué le vamos a hacer. Continuó el editor diciéndole a la bella, más
o menos que, analizada su obra, observó que era corta, pero poco intensa. Lo
que vio fue un cúmulo de perfecciones sólo comprensibles para lectores de coeficiente
intelectual muy alto. Es decir, lo que yo he visto en su libro es un compendio
de bondades, de buenas intenciones, con muy buenos sentimientos; todo predicado
con delicadeza y emotividad exquisita. Quizá lo que le falta a la trama es
además de predicar, también dar algo de trigo; es decir, algún golpe bajo,
alguna jugarreta, enredo…, yo qué sé. Chispa es lo que necesita su libro,
vamos.
Aún añadió el editor. que para ser autora de
renombre tendría que aprender que con los buenos sentimientos se hace la peor
literatura.
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