Hoy repasamos, muy por encima, la biografía de un antiguo conocido de relatos anteriores; maese Cesarín, dominador del arte de vivir bien sin casi dar palo al agua. Maese Cesarín, siempre en vanguardia de las modas más modernas. Tan moderno que no necesita de lecturas, de Historia, ni de periódicos para informarse; ve esto como una gran pérdida de tiempo: no, no, no, no… para eso ya está la televisión que pagamos entre todos, desde donde el gobierno, que votó el pueblo, te informa de la verdad más verdadera por medio de profesionales que comunican con arreglo a la legislación vigente; sin tendencia ninguna. Amén de los amigos del bar. Esos saben de todo; allí se desmenuza y si les hicieran caso, se arreglaría toda la actualidad más actual.
Cesarín es un setentón
muy dicharachero, muy ocurrente y a ratos muy gracioso. Dotado de labia
admirable, tiene extensa nómina de amigos y casi siempre es el centro de
cualquier reunión. De figura normal, no gasta panza cervecera, ni bigote
mejicano, ni va esquilado al cero –que tanto mola ahora–, ni lleva tatuajes…
Gasta figura como los de antes; sin llegar a ser un Robert Redford, claro. Hay
quien lo cataloga, con buen criterio, como un señor híper-súper-mega-guay; así,
de tirón. Maese Cesarín enviudó hace unos años; sobrellevó con pena la pérdida
de su santa esposa y después de un tiempo de duelo decidió hacer vida normal.
Que la vida sigue, así que se dejó de pesares y a otra cosa, mariposa.
Puesto manos a la
obra, su propósito era conseguir compañía. Con su buena posición, Cesarín se
las prometía de la maravilla más maravillosa, conseguiría sin problemas el
cariño de una mujer joven y de bandera. Y ya de paso dar en los morros a los
cotillas de la vecindad; eso sería maravilloso, oso. Conque adelante con los
faroles, a programar viajes y cruceros se ha dicho. Bien acompañado, con buenos
dineros y en plan maravilloso. Pero en lo relativo a la compañía, maese Cesarín
erró el tiro. El acompañamiento no era acorde a sus deseos, estas novias –se
le conocieron una veintena– eran de elevada edad, de distintos tamaños y
caracteres y no muy agraciadas. Claro, conseguir al dedillo todos tus anhelos
no pasa de ser una utopía. Eso sí que sería maravilloso, oso. Pero, bueno, se
trataba de ir acompañado y se pasaba buena parte del año alojado en buenos
hoteles y en la costa del Azahar donde tenía un departamento a pie de playa.
Todo en plan maravilloso, claro. Por fin sonó la flauta; en uno de estos viajes
maese Cesarín conoció a Isabella, dama argentina algo entrada en años, que
tendría sus horas de vuelo, pero le se adivinaba un pasado de belleza
deslumbrante. Y aún le quedaban vestigios de hermosura, que acompañada de la
musicalidad característica de su habla y sus maneras exquisitas encandiló
pronto al galán.
El comienzo de idilio
siguió su cauce normal, algo lento pero iba adelante. Todas las noches cenaban
juntos el maese e Isabella –llamame Bella, que es como me nombran mis
amigos, y vos sos más que amigo, Cesarín–, ella buena conversadora con
sus maneras refinadas dominaba la situación:
—Che, ¿viste? Me
gustás mucho y no sé qué me pasa que solo pienso en vos ¿Te animás a cruzar el
charco conmigo? Sho sabré contentaros. Vos sos solvente, Cesarín, y si lo
juntamos con mi magnetismo la felicidad la tenés garantizada, viejo.
Maese Cesarín quedaba
pasmado con estas frases y otras más insinuantes, pero la verdad es que no
rascaba bola con la famosa Bella. La convidaba a cenar de contínuo pero ella
antes de medianoche se retiraba a su aposento con un “sos fabuloso, sos
caballero, estimado Cesarín”. Y le estampaba dos besos en las
mejillas. Ahí Cesarín no vio maravilla. Por ningún lado.
A los días, estaban
los tórtolos cenando en un local con más gente y ruido de lo aconsejable y una
gran pantalla de TV estaban retransmitiendo una champion league, o algo así;
resulta que la Bella era entusiasta del deporte.Tan así que apenas atendía a su
galán.
Maese Cesarín,
visiblemente mosqueado y cansado ya de ni siquiera rozar, y de que la Bella
pasara de él, le soltó a bocajarro algo así como:
—Mire usted, mijita,
bella dama…, a mí que me gusta todo lo maravilloso, lo del deporte ni me va, ni
me viene. Es más, ahí no veo maravilla ninguna. Se lo diré claro con toda
claridad, y en su idioma, entiéndalo bien; a mí lo que me gusta es “coger”, y
con usted no hay manera ¿Queda clarinete?
—Pero chavón,
rescatate que no sos pibe –respondió airada la Bella–, vos sos güevón, o
boludo, o pelotudo o las tres cosas –Isabella levantó la mano para arrear al
galán.
Menos mal que maese
Cesarín era ligero de pies y se zafó a tiempo.
Vicente Galdeano Lobera.
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