lunes, 18 de agosto de 2025

Maravilla

 Hoy repasamos, muy por encima, la biografía de un antiguo conocido de relatos anteriores; maese Cesarín, dominador del arte de vivir bien sin casi dar palo al agua. Maese Cesarín, siempre en vanguardia de las modas más modernas. Tan moderno que no necesita de lecturas, de Historia, ni de periódicos para informarse; ve esto como una gran pérdida de tiempo: no, no, no, no… para eso ya está la televisión que pagamos entre todos, desde donde el gobierno, que votó el pueblo, te informa de la verdad más verdadera por medio de profesionales que comunican con arreglo a la legislación vigente; sin tendencia ninguna. Amén de los amigos del bar. Esos saben de todo; allí se desmenuza y si les hicieran caso, se arreglaría toda la actualidad más actual

Cesarín es un setentón muy dicharachero, muy ocurrente y a ratos muy gracioso. Dotado de labia admirable, tiene extensa nómina de amigos y casi siempre es el centro de cualquier reunión. De figura normal, no gasta panza cervecera, ni bigote mejicano, ni va esquilado al cero –que tanto mola ahora–, ni lleva tatuajes… Gasta figura como los de antes; sin llegar a ser un Robert Redford, claro. Hay quien lo cataloga, con buen criterio, como un señor híper-súper-mega-guay; así, de tirón. Maese Cesarín enviudó hace unos años; sobrellevó con pena la pérdida de su santa esposa y después de un tiempo de duelo decidió hacer vida normal. Que la vida sigue, así que se dejó de pesares y a otra cosa, mariposa. 

Puesto manos a la obra, su propósito era conseguir compañía. Con su buena posición, Cesarín se las prometía de la maravilla más maravillosa, conseguiría sin problemas el cariño de una mujer joven y de bandera. Y ya de paso dar en los morros a los cotillas de la vecindad; eso sería maravilloso, oso. Conque adelante con los faroles, a programar viajes y cruceros se ha dicho. Bien acompañado, con buenos dineros y en plan maravilloso. Pero en lo relativo a la compañía, maese Cesarín erró el tiro. El acompañamiento no era acorde a sus deseos, estas novias –se le conocieron una veintena– eran de elevada edad, de distintos tamaños y caracteres y no muy agraciadas. Claro, conseguir al dedillo todos tus anhelos no pasa de ser una utopía. Eso sí que sería maravilloso, oso. Pero, bueno, se trataba de ir acompañado y se pasaba buena parte del año alojado en buenos hoteles y en la costa del Azahar donde tenía un departamento a pie de playa. Todo en plan maravilloso, claro. Por fin sonó la flauta; en uno de estos viajes maese Cesarín conoció a Isabella, dama argentina algo entrada en años, que tendría sus horas de vuelo, pero le se adivinaba un pasado de belleza deslumbrante. Y aún le quedaban vestigios de hermosura, que acompañada de la musicalidad característica de su habla y sus maneras exquisitas encandiló pronto al galán. 

El comienzo de idilio siguió su cauce normal, algo lento pero iba adelante. Todas las noches cenaban juntos el maese e Isabella –llamame Bella, que es como me nombran mis amigos, y vos sos más que amigo, Cesarín–, ella buena conversadora con sus maneras refinadas dominaba la situación:

—Che, ¿viste? Me gustás mucho y no sé qué me pasa que solo pienso en vos ¿Te animás a cruzar el charco conmigo? Sho sabré contentaros. Vos sos solvente, Cesarín, y si  lo juntamos con mi magnetismo la felicidad la tenés garantizada, viejo.

Maese Cesarín quedaba pasmado con estas frases y otras más insinuantes, pero la verdad es que no rascaba bola con la famosa Bella. La convidaba a cenar de contínuo pero ella antes de medianoche se retiraba a su aposento con un “sos fabuloso, sos caballero, estimado Cesarín”. Y le estampaba dos besos en las mejillas. Ahí Cesarín no vio maravilla. Por ningún lado.

A los días, estaban los tórtolos cenando en un local con más gente y ruido de lo aconsejable y una gran pantalla de TV estaban retransmitiendo una champion league, o algo así; resulta que la Bella era entusiasta del deporte.Tan así que apenas atendía a su galán. 

Maese Cesarín, visiblemente mosqueado y cansado ya de ni siquiera rozar, y de que la Bella pasara de él, le soltó a bocajarro algo así como:

—Mire usted, mijita, bella dama…, a mí que me gusta todo lo maravilloso, lo del deporte ni me va, ni me viene. Es más, ahí no veo maravilla ninguna. Se lo diré claro con toda claridad, y en su idioma, entiéndalo bien; a mí lo que me gusta es “coger”, y con usted no hay manera ¿Queda clarinete?

—Pero chavón, rescatate que no sos pibe –respondió airada la Bella–, vos sos güevón, o boludo, o pelotudo o las tres cosas –Isabella levantó la mano para arrear al galán.

Menos mal que maese Cesarín era ligero de pies y se zafó a tiempo. 


Vicente Galdeano Lobera.

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