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El teléfono comenzó
a sonar de madrugada, don Evaristo se removió en su camastro y pensaba que el
timbrazo formaba parte de sus ensueños; imaginaba que llamaba Manolita, bella
farmacéutica por la que bebía los vientos.
Don Evaristo, de sesenta
y muchos años mal llevados, calvo y bastante talludo, no tenía sentido del
ridículo; no veía impedimento para enamorar a una beldad treinta años más
joven. Lo malo es que Manolita no compartía su opinión; sólo veía en don
Evaristo a un viejo verde que, ya desde lejos, le producía náuseas. Don
Evaristo adivinaba en esta actitud de ella, grandes muestras de honestidad y
recato.
Estaba don Evaristo
en brazos de Morfeo con estas consideraciones cuando sonó otra vez el teléfono.
Se dio cuenta que a esas horas no llamaba Manolita; es más, no había llamado
nunca.
—Digaaaa…
—Buenas, soy
Damián, -oyó Evaristo en el auricular- y quería hablar con don Evaristo.
—Soy yo. Pero… ¡¿y
qué narices quiere usted a estas horas?! ¡Son las tres de la mañana! ¿No será
pitorreo? –Contestó mosqueado.
—No es pitorreo.
Trabajo de noche y llamaba por lo del anuncio.
—Ah…, sí, sí; aquí
es. Ahora mismo le doy detalles. -Don Evaristo se espabiló de pronto. Había
anunciado la venta de una casa en el pueblo en estado de ruina, barruntando que
el consistorio le obligaría a derribarla. Vendiéndola se quitaba el problema de
encima.
—Mire, Damián;
tiene usted ocasión de hacer una adquisición inmejorable. –Don Evaristo olvidó
sus ensoñaciones rápidamente, y estaba dispuesto a explayarse dando toda clase
de información del inmueble haciendo
bueno el dicho: “El ojo del amo, engorda al caballo”.
—Oiga, espere, yo
sólo quería decirle… -argumentó el llamador.
—Nada, hombre;
déjeme explicarme, que por informar no cobro; al menos de momento. –Don
Evaristo quería quitarse la propiedad como fuera- La casa está en un
emplazamiento ideal, junto a las escuelas y el dispensario médico; muy cerca
está la plaza Mayor con su iglesia renacentista; también están cerca el
lavadero y abrevadero declarados ambos Bien de Interés Cultural…
—Sí, pero yo quería avisarle… -intentó, sin
éxito, meter baza Damián.
— ¡No se preocupe,
ya me avisará, hombre! Como le decía, la casa con cuatro arreglos, quedará
convertida en una gran mansión; o, si lo prefiere, en un buen establecimiento
hostelero. Incluso un museo cabe allí; tiene bodegas, establo, pozo manantial...
Ah, y tiene un pasadizo secreto con comunicación
directa al barrio judío -Don Evaristo derrochaba explicaciones que nadie le
pedía- Por el precio no se preocupe, la vendo barata; por ser usted con noventa
mil euros de nada, la hace suya.
— ¡Por Dios, señor, permítame expresarme…!
-Consiguió por fin decir Damián.
—Diga, diga, Damián
¿Qué le parece la oferta?
— ¡Llamaba para
avisarle de que no; que yo no se la compro. Haciéndole saber que la casa tiene
un candidato menos! –Colgó.
El clic del
auricular le sonó a don Evaristo, como si Manolita le aplicara un pescozón
zanjando su supuesto amorío.
Vicente Galdeano Lobera.
El argumento es bien entretenido, Don Evaristo es capaz de aparcar a Manolita frente a la posibilidad de desprenderse del engorro de la casa del pueblo.El estilo, directo y natural como siempre, desenfadado en ocasiones. El autor deja correr su imaginación y deja que Evaristo largue a Damián una lección magistral de marketing.Gracias Vicente por este regalo de Reyes.
ResponderEliminarSí, sí, José; no se puede negar que don Evaristo tiene grandes dotes de vendedor. Pero no es menos cierto que también posee enormes cualidades de necio; a saber: por un lado, la de pretender a la farmacéutica; y por otro, no menos grave, que Damián se le columpia por el auricular con nocturnidad y alevosía. Gracias por leerme, José. Un abrazo.
EliminarPor lo leído en tu relato, don Evaristo es un tonto de una intensidad muy notable.
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