Despertó de
madrugada… Él se removió en su lecho, no recordaba dónde estaba, le pareció oír
ruidos en la entrada de la casa. Sí, ahora se centró; estaba en casa de su
hijo, una pequeña finca de recreo a las afueras del pueblo. Percibió otra vez
ruidos y murmullos en voz baja. Se inquietó.
Sin hacer ruido y
con mucho miedo, estaba solo en casa, subió a la planta superior; con sigilo
salió a la terraza; divisó a dos individuos con pasamontañas zarceando en la
entrada. Grandes como castillos, hubieran servido, si los enganchan a un arado,
para emular a una junta de bueyes. Comprobó la certeza de los rumores; una
banda de extranjeros asolaba la comarca asaltando casas, incluso con personas
dentro.
Mal asunto, tenía
entendido que empleaban violencia sin medida para conseguir un buen botín…
Atemorizado y paralizado, el móvil sin batería, nadie le iba a ayudar. Si
entraban seguro que lo pasaría muy mal.
Se despertó en su
interior un fuerte instinto de conservación; decidió adelantarse, aplicar el
factor sorpresa y sacudir primero.
La madrugada era
fría, estaba helando y con ligero viento. Los tenía justo debajo; en un
instante les vació encima una espuerta con cascotes de cemento atinando de
lleno en sus cabezas y seguido les apuntó con la manguera de la terraza, al abrir el grifo se accionaba
una bomba con gran presión, les llovió una granizada de hielo que les pareció
metralla, y después mucha agua que les puso como una sopa; encendió también los
deflectores cegadores de la fachada. Sí, eran extranjeros; no se entendían las
exclamaciones y gritos que daban. Sin titubeos, escaparon como conejos, aunque
uno de ellos de pronto volvió otra vez hacia la casa, por lo visto quería más;
otro rugiazo y volvió a escapar. Al momento sintió el rumor de un coche
alejándose a toda marcha.
Encendió la
chimenea, asustado, no se atrevió a salir de casa hasta el amanecer. Advirtió
el motivo del ladrón que mojó por segunda vez; además de palanquetas, encontró
un pequeño revólver cargado, dispuesto para disparar.
En su guarida, los
maleantes recibieron otro chaparrón peor aún: un rapapolvo mezclado con una
tanda de latigazos suministrados, por el camarada comandante Vladimir; que si,
parece mentira, vergüenza me daría a mí, un viejo os desarma y escapáis… unos
forajidos con formación militar acostumbrados a cometer toda clase de tropelías
en Kosovo… ¡Vamos, hombre! Y además en España, el imperio del buenismo, las ONG
y las subvenciones… ¡Nenazas! ¡Que sois unos nenazas! –Vladimir tiró con rabia
la zurriaga y dio por terminado el correctivo; salió.
Los pillos
argumentaron que las tortas de los guardias eran llevaderas; total en el
juzgado los sueltan.
—Lo malo,
añadieron, son las patrullas particulares; no se andan con miramientos, sacuden
de firme y a más de un camarada lo han dejado tullido.
Vicente Galdeano Lobera.
La sencillez en la exposición y en el relato es lo que mas me gusta en un argumento que tanto nos preocupa en el medio rural. Actual, el sujeto alertado reacciona con sangre fría, y les da la medicina que los asaltantes suelen administrar. El recibimiento del líder no destaca por las curas paliativas. Las formas literarias me parecen correctas. El lector ha disfrutado como los jubilados en las obras, sintiendo la satisfacción de leer con fruición el trabajo del autor, poniendo los ojos para leer y el corazón para solazarse. La lectura entre líneas también es interesante, la "bondad" de quien debe impartir buen gobierno lleva al abuso de la fuerza sobre el ciudadano medio.
ResponderEliminarSi ese abuso de la fuerza recayera sobre los "bondadosos", ese día cambiaría todo. Pero es difícil; con más miedo que Dios talento, sus señorías no dan un paso sin guardaespaldas. Y tienen sus propiedades superprotegidas por la fuerza pública. con dinero público también, claro. Gracias por tu comentario y por leerme, José. un abrazo.
Eliminar