miércoles, 26 de octubre de 2022

Bálsamo eficaz

 

— ¡Jabalí! ¡Jabalí! Despierte, que va a abrir la factoría y su camión estorba el paso.

Quien avisaba, un joven flaco como vara de mimbre, acompañaba los gritos con fuertes manotazos en la cabina del camión donde descansaba el “Jabalí”. No tardó en descorrerse la cortina y el flaco vio asomar una jeta con unos ojos ribeteados de rojo que le miraban con furia. Ese rostro, que sí tenía cierto aire porcino –quien lo motejó, se ve que sabía el oficio–, por su boca comenzó a lanzar juramentos y denuestos contra el despertador; sacó el puño por la ventanilla amenazándole, para añadir eso de: si no fueras nuevo, te ibas a tragar los insultos que me has dicho ¡Sabrás que me llamo Matías Ruiz! ¡Apréndetelo bien! ¡Lombriz a dieta! ¡Que pareces una lombriz! Que no soy hombre muy dado a sufrir agravios. Y menos por una sabandija que no tiene ni media bofetada.

— Señor Jabalí, que yo no le insulto; me han dicho que se apellida usted así…

El Matías, enfurecido y medio desvestido como estaba pegó un salto a tierra y puso, otra vez, como un trapo a la “lombriz”. El flaco demostró reflejos y se retiró un par de metros; por si acaso se escapaba alguna torta.

— ¡Ah! ¿Que me llamáis así? Pues ya veráis qué pronto os quito yo la costumbre de injuriar, ya veráis. En esto estaban cuando llegó Valeriano con su camión y se encontró de lleno en el fregado. Optó por templar gaitas:

— ¡Haya paz, señores! ¡Haya paz! Vamos a ver, Matías ¡¿Qué pasa aquí?!

— La lombriz esta, que no para de insultarme…

— Y, ¿qué te ha dicho, pues? ¿Acaso te ha dicho Jabalí?

— ¿También tú? ¡Mira que aquí arderá Troya…!

— Matías, no te enfades, hombre, que esto lo arreglamos enseguida; ya verás.

Valeriano, con semblante risueño, rodeó con su brazo la espalda de Matías, y torciendo la boca para disimular algo su guasa, le dijo algo así como: mira, Ruiz, si te parece bien, en adelante en vez de Jabalí te llamaremos Javi ¿Qué te parece? A que suena elegante ¿Eh?

Las facciones del Matías –que al no entender bien a su amigo, comenzó a reír para no pasar por tonto– se suavizaron y, como el bruto estructural que era entró al trapo y contestó que sí sonaba elegante, sí; y que: hombre, pues si me llamáis Javi, la cosa cambia…, añadió.

Siempre se ha dicho que la música amansa las fieras; pero no es menos cierto que unas palabras escogidas y dichas a tiempo, es bálsamo para los enojos, alivia las penas y obra milagros hasta en las personas más negativas. El asunto parecía arreglado, pero una circunstancia tiró por tierra parte de lo avanzado.

—Señor Javier… –le dijo el flaco.

Matías, al oírse llamar señor Javier (en vez de Jabalí), dedujo que eso era más grado que llamarle Javi, se consideró intelectual y no pudo disimular su esponjamiento; casi puso los ojos en blanco (lástima que los tenía orillados de rojo) de pura satisfacción.

—Dime, camarada, dime; y disculpa los agravios que te he lanzado…

—He de advertirle, señor Javier, que a su camión le falta una rueda y que no podrá entrar a cargar. Si acaso lo retire un poco.

Al Matías le mudó el semblante, arrancó su camión y con mirada torva le dijo al flaco que nanay, lo que tú quieres es colarte. Y con los bríos que le daba su enfado entró a cargar.

Detente, bala; se oyó el señor Javier al subir a la báscula, cuando traigas el camión entero te cargaremos. Así que ¡Marchen!


Vicente Galdeano Lobera


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