Porfirio Bustos,
vestido de colorines y bien equipado de ciclista, daba el pego; si no
fuera porque era ya cuarentón y lucía enorme barriga, lo hubieran
tomado por ciclista profesional. Había dado cuenta de un almuerzo
que no lo saltaba un gitano y se sentía eufórico para librar los
cuarenta kilómetros de regreso hasta casa.
Circulaba con su
bici por una zona ribereña con abundantes campos de frutales y
hortalizas. Vio incorporarse a la vía a un labriego encaramado a una
bicicleta muy antigua que pesaría más de veinte kilos; eso sin
contar que transportaba una barquilla con variados productos del
campo y sujetas una hoz y una azada de gran tamaño. Al pedalear
sonaba un clan clan producido
por el roce de una biela con el cubrecadenas de la bici. La
indumentaria del campesino, se las traía: iba
tocado con sombrero de paja y
boina encima, camisa y pantalón remangados; llevaba
chaleco, calzaba
abarcas y
fumaba un perrero que apestaba. Solo
verlo le producía fatiga a Porfirio.”Dónde va este individuo
-pensó-, seguro que no aguanta un kilómetro sin descansar”. Lo
adelantó agitando la mano con cierto ademán de burla.
--A
los buenos días,
señor, saludó el lugareño,
acompáñeme hasta el pueblo y le regalaré buen talego
de tomates y lechugas para que lo saboree en la ciudad…
Extrañado
Porfirio ante tamaña proposición, contestó: “no, que tengo
prisa; voy entrenando y usted
va muy despacio.” Mientras,
accionó el cambio de su máquina para marchar más rápido.
El
roce de la biela se oía cerca a pesar de que
Porfirio iba deprisa; aceleró
más, y el ruido se convirtió
en un clan clan clan clan clan… de
secuencia seguida. Miró hacia atrás y, pegado a rueda, tenía al
gañán
con semblante risueño que
sin esfuerzo se le puso a la
par.
--Espere,
hombre de Dios, y sosiéguese,
está usted sudando como un
toro y le va a dar algo; véngase conmigo a casa que le obsequiaré
con agua fresca con anís. Mientras descansa y se recupera,
le prepararé unas alforjas
con cosas del campo que
son mano de santo para
refuerzo corporal y
espiritual. Luego
ya entrenará.
A
Porfirio, le costó reconocer la buena fe y hospitalidad del labriego
que tan sutilmente le había mojado la oreja. Al límite de sus
fuerzas aceptó la invitación. Acertó,
recibió unas atenciones que en su casa jamás disfrutó. Después
de comer, la
tarde le cundió bastante; agarró una borrachera de padre y muy
señor mío en el recorrido por las bodegas del pueblo acompañado de
su nuevo amigo; de la última
de estas bodegas salió a gatas.
En
un coche lo acercaron
a su domicilio en la ciudad. Vio
claro que tanto el deporte como el alternar bebiendo requieren
instrucción y, sobre todo, tienen fecha de caducidad.
Vicente
Galdeano Lobera.
Porfirio Bustos, aparte de demostrar ser un cantamañanas, anda necesitado de entrenamiento para no hacer el necio. El lugareño le demostró un saber ester y humanidad.Buena historia.
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