La fauna del bosque había observado un nuevo inquilino, una especie
de pájaro muy raro que sobrevolaba el territorio; sobre todo en días
claros. Vieron también que, dicho ser, intentaba comunicarse con
todos ellos; dominaba todos idiomas, parlaba sin dificultad con aves
y mamíferos; incluso con reptiles, roedores e insectos. Pero esta
fauna tenía un instinto de conservación muy acentuado; no se fiaban
ni entre ellos. Y, claro, menos de un forastero de aspecto tan
extraño.
Abultaba más o menos como un águila con contraste de colores
atractivos y, en vez de alas, portaba unas hélices que lo mismo le
permitían volar a gran velocidad, como mantenerse estático
suspendido en el espacio. Ojos tenía cuatro, ubicados en sus cuatro
costados, en forma de tubo que los orientaba alargándolos a su
antojo; la boca por donde hablaba era una rejilla ovalada, como un
pequeño altavoz.
La fauna del bosque sentía inquietud ante la presencia, cada vez
más a menudo, del pájaro extraño.
--No teman ustedes, dijo una enorme serpiente, yo le quitaré a ese
bicho la costumbre de incordiar: acabo de salir del letargo y tengo
voraz apetito.
Era una boa ajena al hábitat; la habían soltado de pequeña y había
puesto en peligro el equilibrio ecológico de los animales
autóctonos.
Ese día nuestro amigo sobrevolaba el bosque informando a sus
habitantes de un peligro inminente: unos desaprensivos con intereses
bastardos se dedicaban a quemar grandes extensiones de arbolado.
Pronto llegarían allí; era necesaria la colaboración de todos para
evitar la catástrofe. Pasaba el pájaro a un metro del suelo para
que le escucharan incluso roedores e insectos cuando se encontró a
su altura la serpiente mirándole como para hipnotizarle. Paró, y
suspendido se observaron mutuamente; la boa abrió su enorme boca
cuando, a velocidad asombrosa, del lomo del pájaro salió un resorte
articulado terminado en una manopla que con destreza abofeteó de
firme al reptil. Se hizo hacia atrás, pero al ver la quietud del
pájaro, contraatacó. Lamentable; volvió a asomar el resorte pero
esta vez calzaba una bota bien herrada cumplimentándole con
abundantes patadas.
– ¡Imbécil! ¿cree usted que soy presa fácil? ¡Además que
pretendo evitar el peligro que corren…! Tenga usted la bondad de
convocar a todos sus vecinos en asamblea -añadió- ¡Que me escuchen
de una vez! Sírvase, señora boa, de cumplir mi encargo; si no, lo
pasará mal, muy mal.
La fauna, emboscada, contempló la escena; quedaron admirados de las
dotes persuasivas del pájaro, que les infundió un enorme respeto.
La asamblea, formada por abundante variedad de habitantes del bosque,
incluidos una manada de lobos; había ciervos, jabalíes, cabras,
linces… y por supuesto muchas aves. Establecieron un armisticio
entre ellos para solucionar el asunto. Escucharon al pájaro: “Como
bien saben ustedes, asola la comarca una serie de incendios que
obliga a nuestros hermanos sobrevivientes a emigrar; sin in más
lejos, baste observar la excesiva población de este bosque. Yo me
ofrezco para dirigirlos, apresar y escarmentar a esos desaprensivos
y, de paso, que canten para agarrar a los de arriba y erradicar el
mal de raíz. Solo una advertencia, los quiero vivos.”
Cazarlos fue pan comido; al bajar del carro con los avíos
incendiarios, la presencia de una lozana campesina con amplias
caderas y sonrisa prometedora, desarmó a los dos secuaces. Al
acercarse a ella con aires de conquista, antes de mediar palabra,
unos jabalíes les propinaron buenos empellones dejándoles
maltrechos en el suelo. Para colmo, dos raposas les defecaron encima
poniéndoles como un cristo. Intentaron correr hasta el coche pero la
enorme boa les cortó la retirada con un abrazo de rigor.
--Buenaaas… ¿Saben la melodía o necesitan partitura? -Dijo el
pájaro-, pueden guardar silencio si lo desean; pero me apetece
escucharles cantar.
Entonaron todo un recital; y con bises.
Llegaron justo cuando sus señorías acababan de dialogar. Estos
diálogos consistían en repartirse grandes porcentajes de las
recalificaciones de terrenos quemados que habían aprobado ellos
mismos. Una sombra se cernió sobre los negociadores cuando entraban
al coche oficial. La sombra provenía de una nube compuesta por
enjambres, avisperos y un sortilegio de insectos dañinos que cayeron
sin compasión sobre los negociadores. No negociaron más.
En el siguiente pleno -bien resguardados, por si las avispas-, sus
señorías guardaron cinco minutos de silencio, demostrando así gran
sensibilidad, inmenso dolor y respeto por los fallecidos. Todos con
cara de circunstancias que con disimulo miraban su reloj y, los de
las filas de atrás, su móvil.
No tardaron los voceros de radio y televisión en connivencia con
los dirigentes, proclamar a los cuatro vientos el “grave atentado
perpetrado contra la democracia y los gobernantes elegidos por el
pueblo.” Callaron, como estómagos agradecidos, que dichos
dirigentes no pasaban de ser unas camarillas puestos en listas
cerradas a capricho del mandamás según su sumisión al partido, y
con disciplina de voto; y que nunca les pasó por su caletre, el
bienestar del pueblo.
Vicente Galdeano Lobera.
Políticos y periodistas apesebrados están empeñados de culpar a la ciudadanía de toda clase de desastres. En este cuento, el autor desentraña de manera sencilla el fondo de la cuestión. Me gusta.
ResponderEliminar