La encontré junto
a un contenedor de basuras con otros papeles y cachivaches; se conoce
que algún transeúnte había escarbado por si encontraba algo de
valor y lo dejo todo fuera. Era un cuaderno rojizo atado con una
cinta oscura; parecía un libro de cuentas. Lo abrí.
En la primera plana
con buena caligrafía, ponía: Libreta secreta. Información
confidencial de X… Es pecado leerla.
Con semejante aviso resulta difícil resistir la tentación. Miré
el contenido; era un anecdotario del titular con anotaciones
curiosas. Me chocó un escrito que decía así:
“Zafiedad correspondiente a una tarde de otoño/2018: Visito una
exposición sobre la imprenta desde su invención; todo muy bien
documentado, Me gustó y pasé buen rato. Me disponía a poner mis
observaciones en el libro afín de la sala, cuando irrumpen diez o
doce mujeres, todas con velo acompañadas por un guía. Con gran
alboroto y molestando, en poco rato miraron sin interés lo expuesto
y se acercaron en tropel al cuaderno, querían dejar constancia de su
presencia con su firma. Me retiré discretamente mientras ponían
todas su autógrafo. El monitor aun escribió una línea antes de
firmar. Se fueron. Estaba yo plasmando mis impresiones, suelo
escribir siempre media página en tres minutos, cuando regresa una de
las jóvenes del velo; “¿Le queda mucho por escribir? -dijo.
“Termino enseguida, damisela, pero le agradecería que no me corte
la inspiración.” Puso mal gesto y desapareció.
Comenté esta anécdota en una tertulia junto a unas diez personas
de distintas edades, todas con licenciaturas. En la reunión estaba
una joven amiga que me honró con su compañía en algunos eventos;
no es española, y comprobé que mi comentario lo tomó muy a mal.
Días después la escuché sin dirigirse a mi, pero en clara alusión
al comentario referido, “a mi, como inmigrante que soy, cuando
escucho una alusión de desprecio hacia ellos, yo salto; no lo puedo
evitar, salto.” A partir de ahí noté su total distanciamiento y
desconfianza hacia mi. Con humildad me disculpé, le dije que no
siento ningún desprecio por los foráneos, que mi comentario era
solo relativo a la mala educación; no me escuchó. Lo sentí
muchísimo.
Está claro que cada uno es juzgado por lo que habla, pero una
conversación no debería ser un juicio de puertas abiertas, y no es
necesario ver en cada observación de los hablantes un ataque a
nuestros intereses.”
Hasta aquí la anotación del autor.
No me pude resistir y puse debajo del texto: Señor X…, cierto
sabio, que no recuerdo su nombre, dijo: Para evitar las críticas,
no digas nada, no hagas nada, no seas nada. Pues eso.
Envié el cuaderno al domicilio de X…
Vicente Galdeano Lobera.
Hola Vicente: Ya sabes que a mí me gustaría saber escribir, como te gusta a ti, pero no es así. Sobre la frase esa que pones al final del comentario de este mes de mayo del sabio que dices, se llamaba Elbert Hubbard, te digo esto, porque tuve un trabajo que tenía tiempo para leer y cayó en manos un libro de este escritor americano, por mas señas, esta frase se me quedó grabada para siempre y en ocasiones, callo por no faltar, no se si hago bien o mal. Creo haberte dicho alguna vez, desde que te leo, que tus comentarios me hacen pensar.
ResponderEliminarArmanddo: Gracias por la aclaración; La verdad es que dicha frase me impactó y me ha dado pie para hacer mi escrito.
EliminarEstoy muy agradecido de que leas mis páginas. Un abrazo.
Con ciertas personas que van de muy tolerantes, hay que tentarse bien la ropa antes de decir algo. Además de suspicaces, suelen ser las más intolerantes con lo que no es de su agrado. Me gustan mucho tus planas.
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