Me llamo Hollande,
y a mis sesenta años mal llevados, me enamoré como un colegial de Marie,
veinteañera de hechuras de muñeca, poseedora de un rostro moreno claro que guardaba
unos ojos color marrón aterciopelado, bordeados de largas pestañas y unos labios
gruesos que al sonreír enseñaban una hilera de dientes blanquísimos con alguna
imperfección que le añadían encanto. Todo enmarcado con abundantes cabellos
oscuros primorosamente recogidos que al soltarlos se adivinaba que la cubrían
hasta su cintura.
“Soy casada,
señor”, espetó al abordarla; lo dijo con un sí, pero no que invitaba al asedio. Descubrí su punto flaco: las
joyas. “Conmigo tendrá usted las que quiera, además de dinero, claro”. “No sé
si debo… no puedo, señor, usted es casado también”, argumentó.
—Por usted, bellísima dama, me divorciaré y
me convertiré en su esclavo.
Su marido, llamado
Lantín, era joven, tan feo como yo y de una vulgaridad atroz; funcionario con
escaso sueldo. No entiendo a las mujeres, con tal de casarse no seleccionan; y
más siendo tan linda.
Intimamos. Pude
comprobar que Marie, además de bella, era pudorosa con un encanto que parecía
reflejo de su alma. Envidiado, disfruté y presumí de su compañía en el París de
noche. Jamás me sentí más feliz.
— ¡Oh,
Hollande! ¡Qué dirá mi marido, estas joyas valen una fortuna! –Marie estaba
inquieta.
—Tragará, dile de que son falsas;
te creerá a pies juntillas.
Plenos de dicha Marie
y yo, surgió un imprevisto: una enfermedad la llevó a la tumba en pocos días.
Lo pasé muy mal; todas mis ilusiones rotas; en poco tiempo.
A las semanas,
volviendo a la rutina, reconsideré y me dí cuenta que había invertido mucho
dinero en cortejar. Sentía un resquemor que me mortificaba de manera increíble.
Pensaba en qué haría el simple del marido con aquella fortuna. Seguro que no
sabría manejarla. Me propuse recuperarla; por lo menos las joyas.
Lantín recibió una nota:
Señor, reciba mi más sentido pésame por la
muerte de Marie; sé que lo ha sentido mucho y también que ella le hizo a usted
muy feliz. Supongo que habrá descubierto el equívoco de las joyas, usted
siempre pensó que eran falsas. Voy directo al asunto; tiene usted que devolverme
todas y cada una de las alhajas; invertí en mi felicidad y mi felicidad se ha
ido. Puedo documentarle que su esposa tenía planeado divorciarse para casarse
conmigo. En diez días, el veintitrés de los corrientes, pasaré por su domicilio
y zanjaremos la cuestión. Le recomiendo facilite la gestión sin impedimentos.
Caso contrario lo pasará usted mal, muy mal. En la jerarquía del estado ocupo
un puesto alto.
El día señalado, el mandatario, discretamente
escoltado se presentó en la casa. Al llegar un cartel anunciaba: Pasen sin llamar. En la casa vacía,
destacaba un sobre “Para su excelencia”.
Excelencia:
Muchas gracias por el margen de tiempo que
generosamente me ha dado para el asunto de marras. Cuando lea esta nota, yo
estaré lejos, muy lejos. Soy consciente de que he sido burlado, pero con la fortuna conseguida, es llevadera
esa burla; y más donde nadie me conoce.
Si su excelencia lo tiene a bien, écheme un
galgo.
Lantín.
Vicente Galdeano Lobera.
Ya imaginaba que te gustaría Maupasant, no en vano vivió en otro siglo donde el talento y la imaginación cabalgaban con la corrección del lenguaje y la complicidad con el lector. Me ha gustado como en resumen eres fiel al francés,pero introduces de una manera explicita al forjador de la fortuna de Lantín, dándote la posibilidad de describir a Marie. Buen estilo como siempre, el idioma tratado con cariño y la construcción correcta. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, José. Como ves, el nombre del mandatario no está puesto a voleo. Me dio inspiración uno reciente dedicado, como casi todos, a tener mantenidas de lujo con dineros del erario público. Pero sin la exquisitez empleada en tiempos del autor de "Las joyas". Un abrazo.
EliminarGracias por iluminarme con el nombre del "romántico". Es un detalle en el que no había reparado. Debería haberlo hecho, sabiendo que casi siempre disparas entre "líneas".
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