Jacinto, chofer muy
experto, defendía a capa y espada a su prole; siempre tenía en la boca: “Con el
pan de mis hijos no juega nadie”. Empleaba esa muletilla a menudo;
incuestionable, si se quiere. Y, claro, como no solo de pan vive el hombre,
decidió que una arroba de naranjas de vez en cuando, no iría nada mal del todo
para enriquecer la dieta de sus niños. Y más pasando muchas veces por una
comarca mediterránea con un mar inmenso y muy verde de naranjos, que sus frutos
destacaban como adornos navideños, -se veía todo muy bien desde la cabina del
camión- decidió que cuando descargara la mercancía en una industria de
Almusafes, de regreso hacia casa, recolectaría un talego.
Ya de vuelta, al
llegar al lugar, Jacinto vio un detalle que iba a facilitar su negocio; divisó
dos camiones estacionados como de
casualidad cerca del naranjal. Aparcó más atrás y observó que no estaban los
conductores. Sin duda eran personas muy preocupadas también por la dieta de su
familia y habían pensado lo mismo que Jacinto; es más, se le habían adelantado.
Con la seguridad de
quien conoce bien el percal, Jacinto se adentró unos setenta metros entre
frutales, ribazos y riegos secos hasta que, efectivamente, bien camuflado entre
el follaje, divisó a dos pájaros de su calaña, Peterete y Gorilón, compañeros
suyos, llenando un saco de naranjas.
No fue con rodeos…
— ¡¡Buenas
tardes, señores!! -Dijo Jacinto con voz estentórea, al tiempo que montaba una
navaja cabritera con ruido amplificado por los árboles-. (A los del saco, el
clic clac de la navaja les pareció que accionaban el cerrojo de un “Máuser”).
— ¡¡Si
no quieren que les pegue dos tiros –continuó Jacinto- dejen el saco como está
en el suelo, y se vayan enseguida…!!
Los del saco
quedaron paralizados, no veían a nadie. Decidieron obedecer y dejando el botín,
escaparon a toda marcha. Por si acaso. Al rato se escuchó el motor de los
camiones que partían.
Jacinto, con la
satisfacción del deber cumplido, agarró el saco y se dirigió a su vehículo.
Como pájaro del mismo bardal, había aprovechado el momento para robar a
ladrones.
Vicente Galdeano Lobera.
El estilo directo y las expresiones enfáticas le dan vigor al relato. Me recuerda las fábulas tan extraordinarias que tenemos en nuestra historia. La moraleja es benigna y ya se sabe: Quién roba a un ladrón tiene 100 naranjas de perdón. Los personajes quedan entre nosotros.
ResponderEliminarMás vale así, José. Que quede todo entre nosotros, si no, la liaremos. Gracias por tu comentario y por leerme. Continuará.
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