Demetrio trabajaba en
una Compañía estatal desde los dieciséis años, pero al desaparecer el
monopolio, la empresa sufrió un periodo de adaptación obligando a sus empleados
a ponerse al día; lo que conllevaba el manejo de la informática, los temidos
turnos de mañana, tarde y noche y, lo que es peor, reducción de plantilla. Demetrio hacía siete años que sufría, sin aclimatarse, los turnos. Además, al
cerrar las instalaciones de la empresa en su ciudad, tuvo que cambiar de
domicilio. Tenía muchas ganas de jubilarse. “Que trabajen los jóvenes”.
Acababa de cumplir
los sesenta, cuando dos señores con abultadas carteras se personaron en su
trabajo; identificándose como altos ejecutivos de la Sociedad. Era
dieciocho diciembre de 1998.
No anduvieron por
las ramas y fueron derechos al asunto a tratar con una sonrisa que a Demetrio le
pareció forzada, la vio con los matices de un nublado cuando amenaza pedrisco.
Por otra parte, esa sonrisa y otras, las requerían su profesión diplomática.
—Mire usted, Demetrio, en nombre de la Entidad ,
le ofrecemos la oportunidad de jubilarse…
Ramón quedó parado
mirando al suelo sin saber qué decir. Era lo que estaba deseando desde hacía
tiempo. Haciéndose el interesante, sin venir a cuento, respondió más o menos:
—Es que llevo en la empresa cuarenta y cuatro años, y uno tiene cierto cariño a
su ocupación y, seguro que no sabré emplear mi tiempo en casa…
—Por supuesto que
esta prejubilación será remunerada; le ofrecemos veintiún millones de pesetas
(era en 1998) y, coparticipando con el Estado, recibirá trescientas mil de
sueldo hasta que cumpla los sesenta y cinco. Después, por conducto
reglamentario, pasará usted a cobrar la pensión reglamentaria según cotización.
¡Caray! Pues
cuando me ofrecen eso, seguro que merezco más, pensó Demetrio.
—Agradezco sus
ofrecimientos, señores, pero son muchos años y lo tendré que pensar unos días.
Considero la Empresa , como parte de mi
familia y me cuesta decidirme. ¿No podrían redondear hasta los veinticinco
millones?
—Imposible, Demetrio,
la empresa nos ha marcado unos parámetros que no podemos modificar al alza.
Le recomendaron
que lo reconsiderase, veintiún millones no están nada mal “Y nos dé
contestación antes del día veintiocho, por favor. Si rechaza la oferta, no pasa
nada; continúa usted en su trabajo y santas pascuas. Ya nos informará”.
En toda la
entrevista no perdieron su rictus sonriente ni un instante; se les veía a gusto
con su ocupación asesora. Pero a Demetrio, la alegría con que departían no le
convencía, la coloreaba siniestra, como de hiena; no se fiaba.
Expuso el asunto a
sus hijas, era viudo.
—Pero, papá,
¡¿Estás tonto, o qué?! agarra la pasta y corre. En tranquilidad vas a ganar
más.
—Sí, pero voy a
esperar a después de Reyes; ya más tranquilo negociaré para que suelten más
dinero. Están deseando largar a los viejos para evitarse pagar antigüedad.
El diez de enero
se personó Demetrio en la delegación. A sus requerimientos le atendió una joven
muy guapa con una amplia sonrisa que a él le pareció franca, se le antojaba con
los colores más frescos de la primavera.
Le contestó que
sí, que podía jubilarse perdiendo un porcentaje por cada año que faltaba hasta
los sesenta y cinco; quedando su pensión mermada. La oferta era para cerrar el
ejercicio fiscal anterior; la
Compañía había cerrado el grifo de las prejubilaciones y que
de los veintiún millones nada de nada. “Lo siento, caballero”.
Demetrio, con gran
pesar, continuó en su trabajo hasta los sesenta y cinco.
Vicente Galdeano Lobera.
Puede ser un caso entre muchos que se dieron en las empresas públicas. La avaricia y la autoestima rompen el saco, nunca mas cierto que en el caso de Demetrio. El estilo como siempre me encanta, escribes como lo sientes y fluye aparentemente fácil. Gracias. Por cierto, casi le pongo cara.
ResponderEliminarGracias, José. Pues, sí, el sujeto del relato es aragonés, y trabajaba en una instalación de Cataluña. Su nombre lo he cambiado, claro.
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