Desde que pillaron a un diputado del ejecutivo, hablando por el Motorola en un viaje a la Expo de Sevilla, allá por los años 90 –lo pillaron a 180 Km hora y no le hicieron nada, claro: usted no sabe con quién está hablando–, el auge de los celulares ha sido imparable. A su vez, desde entonces, estos motorolos han proliferado como hongos. Como en todos lados, en estas especies los hay tontos de distinta intensidad; pero más bien alta.
Comenzó enseguida la cosa con algunos fulanos que, para darse fuste, pagan a terceros para que cuando tienen una cita les llamen al móvil y demostrar así su importancia ante su dama: disculpa, pero está visto que en según que negocios soy imprescindible, muñeca.
Presencié en una ocasión a un concejal de urbanismo, bajar del coche oficial con el celular pegado a la oreja, y adentrarse a supervisar una obra; entró sin casi saludar, solo atento a su conversación –que trataba de en qué restaurante comería hoy con un acólito–, sin mirar a ningún lado ni hacer caso a los gritos de aviso de los operarios, y se metió casi hasta las rodillas en una lechada de hormigón recién echado.
Quién no ha visto por la calle algún fulano gritando solo y con gestos furiosos agitando los brazos arriba y abajo. A éste habría que encerrarlo, piensas –hasta que notas los dispositivos inalámbricos del móvil–; a éste, en otros tiempos, lo más probable es que lo emplumara la Guardia Civil por escandaloso y falto de urbanidad. Vi a uno de éstos que marchan hablando solos sin mirar, me dio un ramalazo de maldad y decidí interrumpir su trayectoria y escarmentarlo: puse un armatoste en medio y me volví de espaldas. El fulano tropezó con el bulto y se cayó de morros cuan largo era. Se levantó como un rayo y, sin disculparse, agarró las de Villadiego. No me dio tiempo ni a decirle que mire por dónde camina, que parece usted tonto.
Otras situaciones que se dan bastante con estos sujetos es en los restaurantes; aunque no quieras, si se sientan cerca, te tienes que tragar –dichas en voz alta–, sus aventuras, desventuras, exageraciones y estupideces varias que para nada habías calculado el soportar. No queda otra. A no ser que te largues, claro.
Estábamos dos amigos en un mesón cuando entró una pareja a comer, él con el móvil en la oreja hablando fuerte. Eran de mediana edad, el motorolo tenía una pinta bruto que tiraba de espaldas, pero con la pretensión de pasar por fino, y gastaba actitud de ejecutivo importante; verás cómo nos toca premio, comentamos. Efectivamente, se sentaron en la mesa de al lado. Gracias a la cercanía nos pudimos enterar, entre otras cosas, que su furgoneta –fregoneta, decía él– estaba para el arrastre, y que si la quería arreglar tenía que soltar un pastón; véndela si puedes –añadieron. A su vez llamó un comprador interesado en el furgón: mire usté, la fregoneta está a toda prueba, un verdadero chollo. Le doy mi palabra de que está impecable, y además se la vendo barata. Se pasó el colega amenizando toda la comida con el celular pegado al oído ignorando a la compañera que estaba con cara de póquer. Por cierto, la chica, ya a los postres se levantó de la mesa –el motorolo ni se enteró–, como aquel que va al baño, y ya no regresó. Junto con la cuenta, el camarero dejó una nota escrita por ella: Hasta luego, Lucas; no me esperes ni me busques. A ver si así aprendes, al menos a la hora de comer, a apagar el teléfono, a encender la charla y a no hacer el bobo. Se conoce que la muchacha estaba más que harta.
Batallar contra esta plaga es harto difícil; cual especie invasora se ha colado por todos espacios comunes. No sólo en el bus, el tranvía, los vagones de tren…, sino en lugares más evocadores como estaciones y aeropuertos donde, con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta, toca despedir a seres muy queridos que el destino los manda lejos. Pero, bueno, el progreso es el progreso y hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Incluso en impertinencia.
Vicente Galdeano Lobera
En esta ocasión, el personaje me parece muy real y, lamentablemente, más habitual de lo deseable. La capacidad de sopesar el lugar, el momento y la compañía que se tiene debería primar sobre la "presunta" urgencia para mantener una conversación a distancia y no estar en el "presente". ¡¡ Enhorabuena, Vicente, por este relato ¡¡
ResponderEliminarPues, sí. Ante esta plaga, cada uno hemos de aplicar la manera de capear el temporal. De momento es lo que hay. Muchas gracias por tu comentario, Jose Mari. Un abrazo.
EliminarTe has dejado los motorolos peligrosos, que van en el patín. Con una mano sujetan el movil y con la otra el manillar.
ResponderEliminarPues, sí, tienes razón; hemos nombrado a los tontos que, siendo tontos, tienen cierta autonomía. Esos que nombras, además de estúpidos, tienen un plus de peligrosidad. Gracias por tu comentario y por leerme.
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