Dar color a la envidia se me antoja difícil; así como para la caridad, la humildad, la gratitud y otras virtudes, siempre puede uno echar mano de los colores del Arco Iris y de la Naturaleza y tal y tal, pero colorear la envidia ya es más complicado; la tonalidad de según qué envidias le cuadraría bien la color de un difunto. A poder ser muerto por hepatitis. Lo digo sólo como orientación. Dejo a su albedrío que pinten ustedes a un envidioso con los tonos que más detesten.
Teniendo en cuenta que la envidia es el único pecado que no da satisfacción a quien lo comete –es más, el envidioso se daña a sí mismo, se carcome y se aflige, mientras el envidiado no se entera del mal que causa al envidioso–, debería considerarse enfermedad y aplicarle tratamiento médico adecuado. Los animales no conocen la envidia, pero tampoco encuentran diferencias entre un político mentiroso y un premio nobel. Esa ignorancia de la envidia carece de valía.
La envidia no siempre es a lo material –que también–, los envidiosos sienten celos de tu personalidad, de tu espíritu, de tu esfuerzo, de tu suerte…, incluso de tu modestia. Cualquier rasgo tuyo sirve para incomodarles. A saber: que recuerdes fechas de cumpleaños y les felicites, según a quiénes les molesta, les sabe mal que tengas buena memoria; cualquier pequeño logro que consigas, como el escribir y tocar algún instrumento, aunque sea mal, les pone malos; que colecciones objetos que ellos consideren de valor, también. Con esto último hay que andar con ojo; para evitar disgustos conviene desprenderse de estos objetos y repartirlos entre familiares. Por si acaso. También están los que a cada paso te enmiendan la plana y afean cualquier cosa que dices; éstos, que son impertinentes, gozarían lo indecible pillándote en un renuncio. Al juntarte con estos sujetos conviene establecer un orden del día para saber de qué hablar. Otra solución, más eficaz, es renunciar a su compañía. Esta variedad, los que te enmiendan la plana, digo, no sé si catalogarlos de envidiosos o de qué; lo que no hay duda es que, como poco, son molestos y con ganas de tocar los huevos.
Los envidiosos critican todo de los demás, pero a ti también te pueden criticar a la cara. Y más si hay personas delante. La gozan despreciando la valía que tienes y haciéndote de menos.
Cuando uno reconoce no ser un prodigio en ningún aspecto de la vida, ni familiar, ni profesional, ni nada; cuando uno tiene a sus espaldas gran cúmulo de desatinos; cuando uno reconoce las miserias en que a veces ha caído; cuando uno tiene una trayectoria parecida a cualquier hijo de vecino vulgar..., pues, la verdad, uno no ve motivos para provocar envidia. Masoquistas parecen.
Vicente Galdeano Lobera
25/07/2023
Has tirado a dar, conozco dos casos que son calcados
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Cuándo te vayas a desprender de alguna "objeta" valiosa, acuérdate de algún amigo. Verbi gratia: yo mismo.
ResponderEliminarCaray, Ricardo... Se nota tu perspicacia. Has dado de lleno en lo que sabemos. Lo tendré en cuenta.
EliminarNo sé qué pensarás pero, sinceramente, este relato creo que es de los mejores que has escrito. Hay una descripción muy exacta del envidioso y, aún más, yo diría que es el único pecado por el que hay que sentir lástima de aquel que lo comete pues, como apuntas, el envidioso "sufre" por lo que considera "atributo" del otro que debería ser él quién lo tuviera. ¡¡Sigue así¡¡
ResponderEliminarAmigo/a anónimo, muchas gracias por tu comentario. Ya ves que mis relatos no guardan orden ni concierto. Procuraré no defraudarte. Pero me gustaría saber quién eres. Saludos.
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