“Mata un recuerdo malo, te sentirás mejor”, -te dijeron. “Vale,
pensaste, pero es que tengo muchos; necesitaré una carabina de
repetición y abundantes cartuchos…” “Bueno, pues mata cada día
uno, o cada semana, cada mes, o cada año; sin tardar me lo
agradecerás”.
Tu bagaje memorial se divide, lo se bien, en unos recuerdos malos y
en otros peores; a su vez subdivididos en sucedidos ridículos,
bochornosos, vulgares, estúpidos… Por supuesto alguno bueno
tienes, y esos por nada del mundo los matarías.
Ya desde pequeñín se forjó tu carácter en la creencia de que
estorbabas siempre. Los bufidos, gritos y golpes de tus hermanos
mayores te lo inculcaron. Quieres olvidar, y no puedes, las veces,
siendo adolescente, que los tuyos te humillaron dejándote mal
delante de otros. Tú fuiste culpable, no deberías haber soportado
eso.
Avanzando en la vida sin apenas instrucción, el recuerdo del trabajo
en familia fue peor aún. Después del servicio militar, de nefasta
memoria también, te ocupaste en la empresa privada. Fue un alivio,
te reconocieron como buen profesional y como persona; pero surgió
pronto enfrentamiento y envidias entre empleados. Te repetías, “soy
persona con muchas sombras”; siempre te infravaloraste, aparte de
pensar matarte, tu actitud fue siempre la de pedir perdón por haber
nacido. Hubo quien se aprovechó de ti, te mostraste acoquinado y
cargaste con lo de otro. El resquemor te dura desde entonces y no se
va.
“Pero, bueno ¡¿vas a matar algún recuerdo, o qué!? A mí no
me engañas, te conozco bien, soy tu conciencia”.
Te decides por el del resquemor; apuntas bien, disparas; disparas
otra vez, y otra, y otra… no hay manera. Siempre sale ileso.
Vicente
Galdeano Lobera.
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De vez en cuando, no viene mal una conversación con tu conciencia. Te da pie sí sí para rectificar tus errores, sí para procurar evitarlos en un futuro. Muy intimista. Me ha gustado.
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