jueves, 26 de diciembre de 2024

Cuña del mismo palo

Cuando Ludovico, aficionado a leer, acudió al club de literatura no las tenía todas consigo. Había tanteado el terreno para ver qué nivel gastaban y qué tramo de edad tenían los componentes –Ludovico era sesentón–; pero le contestaron que lo mejor era personarse, nosotros somos de distintas edades, lo que nos une es la afición a las letras. Eso es lo que cuenta. Seguro que iba a encontrar algo parecido a un claustro de sabios con madera de escritores, le convenía andar con pies de plomo para no causar mala impresión; decidió tirar palante y que sea lo que Dios quiera. Para tal evento estuvo a punto de ponerse frac y pajarita, pero su mujer lo disuadió:

—Ande vas tú, regaera… que no procede, hombre, que no procede.

Menos mal que Ludovico le hizo caso. Claro, es que las mujeres son muy sabias.

La base cultural de Ludovico era poco sólida; hasta los doce años aun acudió a la escuela. Después, a trabajar tocan. Pero aficionado a la literatura, se dio cuenta de que en los libros está apuntado todo. Para quien quiera aprender, claro.

Armado de valor se plantó en el club; si me ningunean, no vuelvo más y en paz. Encontró Ludovico un tropel de eruditos jóvenes que explicaban y analizaban obras literarias con un toque de sentimentalidad por quien llevaba la batuta de la reunión. Además de letras, se tocaban temas de pintura, historia, cine y otras artes. Ludovico cayó de pie; lo llevaban en palmitas, incluso cuando comenzó a escribir y se atrevió a publicar. Les hizo gracia y todo eran parabienes.

Inexplicablemente, la situación pegó un giro de ciento ochenta grados; esos parabienes se tornaron en una indiferencia rayana al menosprecio. Bueno, los del club sus razones tendrían para adoptar esa actitud; qué le vamos a hacer.

—Oiga… –Le preguntaron a Ludovico–, y usted, ¿a qué achaca el giro ese de ciento ochenta grados que pegaron los del club?

—Mire, podría acogerme a mi derecho a no declarar, derecho que recoge la Constitución, pero por ser usted le contestaré: si yo aplicara el buenismo, la corrección política y el progresismo reinante, podría achacar ese giro a la ultraderecha, al machismo, al fascismo; o culparía directamente al Caudillo, o a la intolerancia con otras culturas…, o, que la culpa fue del chachachá. Eso sin descartar el cambio climático, que podría influir también. Pero no; todas estas razones no pasan de ser excusas y lugares comunes para evadir la respuesta. Iremos al grano; quizá ese giro –el de ciento ochenta grados, digo–, se deba a que a esos señores del club, calcularon mal y les salió el tocino mal capado. Eso pudiera ser. Pero, la razón que toma más fuerza, puesto que ese club lo forman una pandilla de licenciados de alto nivel, lo más probable es que mis escritos son flojos tirando a muy malos. Dicho en corto: no hay peor cuña que la del mismo palo. Eso.


Vicente Galdeano Lobera