domingo, 31 de julio de 2022

Acoso

 

    Afortunado en el juego, desgraciado en amores; dice el refrán. Pero Manuel no se consideraba encasillado en ninguna de las dos situaciones; en la primera, él no era jugador y en la otra no había ido a buscar nada. Sólo Patricia que se había encaprichado en él, y no lo dejaba ni a sol ni a sombra acosándolo sin cesar.

    Acudió al casino con intención de huir hacia adelante, para paliar los efectos de la tormenta interior que padecía. Se jugaría el sueldo del mes. Manuel, de carácter muy reservado no hacía partícipe a nadie de sus padecimientos; a su familia para no preocuparla, y a sus amigos tampoco, por evitar habladurías, o quizá burlas. Se lo tragaba todo él.

    El caso es que esa noche la suerte le sonrió y ganó una buena fortuna. Lo suficiente para comprar casa, coche y resarcir bien a sus padres, que a cada paso tenía que escuchar: “Nosotros, a tu edad, nos desvivíamos por ganar dinero y darte buenos estudios y un porvenir, y tú solo te empleas en ocupaciones que ni te mantienen”. Manuel, de veintinueve años, había conseguido empleo fijo y contribuía a los gastos de casa. Nunca contentaba a su familia. Pero ahora le daba todo igual.

    Al entrar a su habitación no resistió a encender el móvil, lo había dejado apagado, tenía más de cien whatsap y montón de llamadas perdidas; comenzó a inquietarse, eran de Patricia; estaba mirando esto cuando un nuevo mensaje saltó a la pantalla: “No pienses que te vas a librar de mí tan fácil. Te voy a demandar por violencia de género y te encarcelarán; verás qué risa. Además estoy embarazada y reclamaré tu paternidad y nos tendrás que mantener a mí y a mi hijo”. Iba a contestar cuando sonó el móvil; descolgó.

    — ¿Dónde has estado? ¿Por qué te escondes de mí?

    —Yo no me escondo, Patricia, aclaré que no me interesas; dejamos zanjado el asunto… -Manuel ya veía venir el consabido sermón, se le hacía insoportable, le alteraba y siendo de carácter blando no acertaba a contestar adecuadamente y quitársela de encima de una vez. Aun así le dijo que el hijo no era suyo, que en la semana escasa que salieron, habían intimado sólo dos veces; y con precauciones, “tú sabrás de quien es”.

    — ¡Estás pisoteando mi dignidad, Manuel! ¡No tolero insultos! —Deja de fingirte digna, Patricia, tú tienes de digna, lo que yo de obispo. No pasas de ser, digamos, “normalita”. –Patricia pertenecía a una especie de secta donde se traficaba con drogas; vio el asunto peligroso y él no tenía vocación de implicarse ni de lejos. —Me voy a matar, Manuel, dejo una carta en la que te implico en negocios turbios y te acuso de asesinato. Eso sin contar el repaso que te darán unos emisarios que te mandaré. Adiós.

    —Espera, Patricia, voy enseguida… Pero no te mates. --Ella colgó.

    La encontró en un almacén donde el padre de ella guardaba herramienta; Patricia portaba una radial y amenazaba darle marcha y seccionarse. —¡Patricia! ¡Suelta eso, podemos hablar! –Manuel, con disimulo quería desconectar la cortadora de la red- —¿Hablar? Si no prometes casarte conmigo me mato… -Retrocedía de espaldas con la radial a punto- ¡Quieto! ¡Como des un paso más, me mato! Patricia continuaba retrocediendo, con tan mala suerte que tropezó con algo del suelo cayendo de espaldas y conectando sin querer la sierra. Fue un momento, la máquina cortó la muñeca y una pierna de Patricia. Se desangró y tardó poco en morir.

    Huyó, le entró pánico, se veía en interrogatorios inquisitivos de la policía y, lo que es peor, a su familia echándole la culpa de todo y “que ellos no merecían eso después de toda una vida trabajando por él”.

    Volvió a casa, sus padres estaban en el pueblo, agarró la escopeta y zanjó el asunto.

 Vicente Galdeano Lobera