Con mi titulación no tengo porqué aguantar esto, pensó.
Cambió de rumbo.
“Opositaré, agarraré una buena plaza que, cómodamente, me solucionará la vida”
–decidió. Pero ante semejante avalancha de afines y la temática difícil,
renunció también. Intentó meterse en las Fuerzas Armadas; no pudo ser, estaba
fuera de la edad reglamentaria.
Otro giro. Al
vivir cómodamente con sus padres se arrimó a un partido político con la
esperanza, con disciplina y adoctrinamiento adecuados, hacer carrera. Ahí no
exigían nada; sólo sumisión. Le gustó. Emanaba una música de fondo ambiental
que reflejaba solidaridad, buenismo, ayuda a marginados…, todo a raudales, con
palabrería adecuada.
No cobraba; pero si salían elegidos, le procurarían un
puesto bien remunerado. Con esta esperanza, Encarnita se dedicó de lleno a
manifestarse, según guión, contra la xenofobia, el machismo, violencia de
género… Ah, y a favor de quitar fronteras y subvencionar a los parados.
Sublime.
—Compañera, vas a
poder aplicar solidaridad sin salir de casa –díjole un superior- hemos
concedido una vivienda a unos marginados en tu bloque.
Encarnita vio
venir el nubarrón; barruntó que la veleta de sus pareceres tomaría otro giro;
no contaba con esto. Aun así respondió: Fenomenal, compañero.
Eran extranjeros; en
pocos días pusieron las zonas comunes hechas un cristo. Alborotaban a deshora,
robaban, no pagaban comunidad, ni electricidad ni agua…
Comprobó que una
cosa es predicar y otra dar trigo. Sus ideas solidarias le desaparecieron a
velocidad de vértigo. Tuvo que denunciar.
—Parece mentira
compañera; has traicionado al partido, veíamos en ti el ejemplo y espejo de
bondad y solidaridad y resultaste una intolerante aferrada a ideas
capitalistas.
Esto se oyó
Encarnita de un mandamás del partido. De los que llevan guardaespaldas, de los
que se forran, de los que predican
la igualdad.
Vicente Galdeano Lobera