Don Generoso, maestro escuela, estaba cansado, su salud se resentía y necesitaba bastón para caminar. Al vivir solo, se le hacían cuesta arriba la casa y sus
actividades.
Decidió contratar a
un criado pagando poco. El maestro, de generoso sólo tenía el nombre. Contactó
con Angelete, joven veinteañero con pinta de rufián, que no había salido nunca
del pueblo y que, haciéndose el tonto, se libró de la mili.
Angelete, buen
cazador, vivía también solo, a salto de mata, criaba hurones y perros de caza;
y si se terciaba, solía “pescar” buenos productos en la huerta del pueblo.
— Angelete.
— Mande usted, don
Generoso…
— Mira, había pensado en ti como
colaborador en mis quehaceres ordinarios –argumentó don Generoso con sonrisa de
oreja a oreja-. Por supuesto que algo te pagaré por tu compañía, Angelete.
— Mi señor don Generoso, por el
respeto que me infunde usted, y más habiendo sido mi maestro, será para mí un
honor el servirle; y pondré todo mi empeño en no defraudarle.
Aniceto había leído algo a autores
del siglo de oro; le gustaban y, queriendo emularlos, gastaba ciertas reminiscencias en su forma de expresarse que
le aportaban siempre muy buenos resultados; no solía dar puntada sin hilo.
Además, sin ser pedante, regalaba los oídos a sus interlocutores.
—Pues no se hable más, Angelete –dijo el maestro-, mañana te presentas
en mi casa, que perfilaremos los flecos de nuestra convivencia.
—Mi señor don Generoso, si no es mucho exigir y si usted lo tiene a bien,
este humilde servidor quisiera saber detalles de en qué consiste esa
colaboración; o, por mejor decir, cuánto me va a pagar.
Caray, como respira el pollo, pensó el maestro, no es tan tonto como
parece.
—Bueno, bueno… Angelete, no pienses que pretendo engañarte – contestó
airado don Generoso-, de momento vivirás en mi casa y te harás cargo de su
limpieza y mantenimiento y de lavar y planchar la ropa; también harás la
compra. Y del rendimiento de mi finca, la cuarta parte de los beneficios serán
tuyos ¿Qué te parece?
—Bien, mi señor, pero mi intención es mantener mi negocio de de cría de
hurones y perros que me aportan algún beneficio…
—Por mí no hay inconveniente, Angelete. Siempre y cuando atiendas
debidamente mis asuntos.
Habían pasado casi dos años y Angelete en su ocupación no estaba contento
del todo. Don Generoso en la escuela le enseñó a contar con los dedos, método
que Aniceto aplicaba a rajatabla, y no le salían las cuentas. En el huerto se
hartaba de trabajar, y el maestro sin hacer nada arramblaba con los beneficios.
Unilateralmente decidió arreglar el asunto asignando al amo una mínima
liquidez; compinchado con el almacenero dónde vendía los productos puso en
marcha su trama. “Total, don Generoso está gagá y no se enterará”.
“Mi señor, a las viñas les atacó un hongo y
han producido menos vino”, “don Generoso, los frutales sufrieron helada y casi
no dieron rendimiento”, “…han robado buena partida de hortalizas, mi señor”; y
así.
Angelete, al notar cierta abundancia dineraria, comenzó a asistir a la
taberna más de la cuenta, renovó su vestimenta y compró un ciclomotor. “Para
atender más rápido sus negocios, mi señor”, argumentó.
Al maestro, que tenía la mosca detrás de la oreja, le fueron con el
soplo: “Don Generoso, vigile al zagal que le está mermando el rendimiento de su
hacienda…”
—
¡¿Qué, qué…?! ¿Cómo dice usted, Jeremías?
—Lo que está oyendo, señor maestro –continuó el informador-, su
sirviente se lleva unos tejemanejes con Ambrosio el del colmado, que estoy
seguro de que le roba.
Jeremías tenía una muy merecida
fama de alcahuete y estaba tras el rastro del Aniceto como un sabueso.
—No me alarme usted, Jeremías -don Generoso, gran avariento, no toleraba
que se le burlaran-, ya andaba yo mosqueado con el medrar del rufián; pero de
todas maneras él me presenta todos justificantes tanto de compra como de venta…
—Sí, sí, todo lo que usted quiera; pero los tenía que haber visto anoche
en la taberna al almacenero y el Angelete que, al ir achispados se les soltó la
lengua, estaban negociando una buena partida de cántaros de vino procedentes de
su bodega.
—Pero… si este año hubo poca uva, terció el maestro, tuvieron hongo las
cepas…
—De eso nada, señor; nunca había visto yo unas cepas más repletas de
“garnacha” que las suyas. Sepa usted, que buena parte del vino que se despacha
en la cantina, procede de su viña. Y le diré más, don Generoso, añadió
Jeremías, se ríen de usted sin disimulo; que si “don Generoso no se entera de
nada”, “creo que tiene demencia senil”, “de todas maneras, aún le doy
demasiado; el trabajo lo pongo yo, por tanto las perras me pertenecen”. Estos
comentarios y otros los hacen entre grandes carcajadas.
Mientra escuchaba al informador, el semblante del maestro pasó de una
palidez fúnebre a un rojo extremo, para pasar enseguida por casi todos los
colores del Arco Iris.
Don Generoso no quiso saber más, se fue hecho una furia; quería arreglar
cuentas rápidamente con su servidor.
— ¡Angelete…!
—Mande usted, mi señor.
— ¡Eres un vivalavirgen y un cantamañanas; y te voy a medir las
costillas! -dijo el maestro blandiendo el bastón.
Esta vez Angelete no replicó con lenguaje cervantino, vislumbró que no
serviría de nada. Agarró sus pertenencias y partió a toda marcha con la moto.
Vicente Galdeano Lobera.
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