Me llamo Ernesto,
tengo veintiocho años, y yo mismo me digo que va siendo hora de centrarme y de
pensar en mi porvenir.
Para eso, qué
mejor que casarme con la mujer adecuada que supere mi posición. A esta
pretensión hay quien la llama pegar braguetazo, y puede que no les falte razón.
En todo caso, ya desde pequeño, he tenido las cosas bastante claras: estudiar
mucho para trabajar poco de mayor; a poder ser, nada.
Me hice abogado,
una carrera que, según cómo se aplique, raya la indecencia. Con mi flamante
licenciatura, me arrimo a gente influyente para apoltronarme en un estamento
público o en algún partido. Según allegados, ese destino está al caer.
Con este objeto,
el del braguetazo, frecuento la casa de unos amigos de mi familia; son gente de
renombre; con buenas rentas, propiedades y, el cabeza de familia, buen sueldo.
Tienen tres hijas, casaderas ya, con formación exquisita: Sobre todo la mayor
es bellísima; Elisa, se llama. María, la segunda, no es tan guapa, y la
pequeña, Ángela, poco agraciada, pero dotada de una ingenuidad y naturalidad
que encandila; no te cansas de hablar con ella, es la que hace el trabajo del
hogar. Bueno, he de confesar que al intentar arrimarme a Elisa, me miraba por
encima del hombro, con algo parecido al desprecio; y María, casi igual. Eso me
dio pie para acercarme a Ángela, yo voy a lo que voy.
Alguien me sopló
de un altercado que tuvo Elisa con su madre, que era la que barandeaba la casa
y se enteraba de todo y controlaba… Queda claro que en todas familias hay
preferencias.
—Pero, Elisa,
¿estás tonta, o qué? Despreciar a un pretendiente de esa altura…
—Que no me gusta
mamá, de altura es más bien pequeño y rechoncho, y muy cantamañanas. No y no.
—Pues no sé a qué
aspiras, vas a cumplir veintiún años,
tus amigas están ya todas comprometidas, ya
veo que elegirá a Ángela.
En realidad Elisa
aspiraba a más, por lo menos que el galán fuera de su gusto; había más jóvenes
en la ciudad, alguno se le acercaría.
—Aunque sólo fuera
por orgullo, yo no me dejaría quitar ese hombre por una insignificancia como
Ángela, luego no te quejes si tu hermana alcanza mejor posición que tú.
La cosa iba
subiendo de tono día a día, la madre no cejaba y tocaba el amor propio de Elisa,
hasta que la convenció.
La plaza que me
concedieron en la administración, fue mano de santo para variar el gusto de Elisa
sobre mí. Se me ofreció casi en bandeja. Y yo como voy a lo que voy, repito, y
no tengo vocación de rechazar semejante prenda, nos comprometimos. Ahora toca
el protocolo de petición de mano y demás.
Como sin darle
importancia, le comunico la noticia a Ángela, como en broma, “Voy a formar
parte de su familia, Ángela, me caso con Elisa”. Más de dos meses hacía que
mientras Ángela bordaba, charlábamos todos días.
No soy ningún
sentimental, pero observé su dolor interno. Se le cayó la labor al suelo, palideció y casi se desploma también; sin una
palabra se retiró deprisa…
A partir de ese
día, Ángela se fue apagando igual que una lamparita que le falta aceite; ante
la indiferencia de todos. Se quedó sin fuerzas para llevar la casa, la salud se
le escapaba a raudales. “Mal de amores” dijo el médico. Tiene difícil solución,
ha de ser ella misma.
Vicente Galdeano Lobera.